Estamos en un momento donde la fascinación y la preocupación por la inteligencia artificial (IA) parece que anda a la par.
Geoffrey Hinton, al que se reconoce como uno de los pioneros de la IA y que renunció a su puesto en Google el pasado 1 de mayo, ha traslado su preocupación más inmediata sobre la posibilidad de que internet se llene de fotos, vídeos y textos falsos, y el usuario promedio ya no pueda saber qué es verdad y que no. Lo cual es bastante cierto, puesto que no paramos de consumir contenidos digitales en redes sociales que no sabemos si son creados por personas o por chatbots. ¿Empezamos a no distinguir lo real de lo digital? Además, manifiesta que el desarrollo de esta tecnología sin regulación puede ser un peligro para la humanidad.
Su carrera, previa a la compra de su empresa por Google, la dedicó a desarrollar el concepto de red neuronal tecnológica, un sistema matemático y computacional que aprende habilidades mediante el análisis de datos.
Muchos piensan que la inteligencia artificial son simples correlaciones matemáticas, que son programadas por humanos como un conjunto de operaciones ordenadas y predefinidas de forma lógica que sirven para dar soluciones mediante el análisis de datos. Hay que tener en cuenta que hoy en día la IA usa algoritmos de machine learning y deep learning diseñados para enseñar a estas máquinas a ser más inteligentes, a aprender y a tomar decisiones de la misma manera que lo hacemos los humanos o casi.
¿Por qué casi? Hay que tener en cuenta que la inteligencia artificial no tiene emoción, no tiene autoconciencia, no tiene pasión ni motivación, factores fundamentales en la inteligencia emocional y la inteligencia social, propias de los seres humanos y que de momento ningún sistema digital ni analógico ha conseguido copiar.
La inteligencia emocional es la capacidad de reconocer nuestros propios sentimientos y los de los demás, de motivarnos y de manejar bien las emociones, tanto con nosotros mismos como en nuestras relaciones. La inteligencia social es la capacidad para entender, reconocer y responder de manera adecuada a los estados de ánimo, los temperamentos, las motivaciones y los deseos de otras personas.
Si los humanos no perdemos estás capacidades y las potenciamos con valores éticos y espirituales como la bondad, la generosidad, el amor, la honestidad, la humildad, etc., la inteligencia artificial nos servirá para que parte de nuestros trabajos los puedan realizar máquinas inteligentes ahorrándonos tiempo que podemos dedicar a nuestra inteligencia evolutiva trabajando con otros y para otros, potenciando nuestra creatividad, imaginación e intuición, que han sido las bases de nuestra evolución, nuestro desarrollo y nuestra supervivencia como raza humana.
Nuestra energía emocional nos impulsará más allá de la lógica y nuestro ser social nos hará buscar hoy mismo el bien común, pensando en el mañana para que nuestros futuros descendientes se sientan orgullosos de su naturaleza humana. Para ello, tenemos que potenciar en las familias, en los entornos educativos y laborales el desarrollo de las inteligencias múltiples, sobre todo la emocional y la social, para construir personas y no robots humanos supeditados a lo digital.
Hace unos días estuve con una persona joven, preuniversitaria, que me dijo que quería estudiar algo que tuviese que ver con la inteligencia artificial. Mi pregunta del porqué y el para qué tuvo una respuesta que se puede resumir en “porque está de moda y me gusta la programación”. Os aseguro que volveré a quedar con esta persona para ver cómo le puedo ayudar a entender que una carrera sin propósito y valores, basada solo en lo que está de moda y en lo que te gusta en ese momento, no va a dar sentido a su vida.
La vida sin propósito, sin risa y sin llanto no tiene sentido, entonces mejor ser un robot.
***Marisa Landa es directora de Recursos Humanos para EMEA de DZS y miembro de la AEDRH.