AEDRH

Innovar con cultura, o innovar mal

La gestión de personas vive uno de los momentos más disruptivos de su historia.

Coinciden una época pospandémica, en la que la profesión se está redefiniendo y empoderando cada vez más, y también una época de avances tecnológicos (muy rápidos), de Inteligencia artificial, automatización de procesos, big data, algoritmos predictivos… La tecnología ha llegado para quedarse, y está transformando profundamente cómo se concibe y cómo se gestiona el área de Recursos Humanos (Talento, Personas, Cultura).

Actualmente ya somos capaces de anticiparnos a la rotación (o por lo menos tener la información) con modelos de machine learning, podemos automatizar procesos de selección con algoritmos, incluso personalizar itinerarios de formación con inteligencia artificial generativa o gestionar el clima en tiempo real a través del análisis de datos. Todo esto suena muy bien, ¿verdad? Y lo es. Porque nos permite dedicarle más tiempo a todo aquello no automatizable y que aporta valor real a las organizaciones.

Pero también nos plantea una pregunta fundamental (que es, a la vez, nuestro mayor reto): ¿Cómo nos aseguramos de que esta revolución tecnológica no nos va a alejar (si no lo está haciendo ya) del valor más importante que gestionamos en RRHH: las personas?

Porque si algo está claro es que la innovación tecnológica, por sí sola, no garantiza una transformación con impacto humano positivo. De hecho, mal utilizada nos provoca todo lo contrario.

Para que realmente funcione (para que no sea solo un despliegue de herramientas, sino un cambio profundo) necesitamos que vaya acompañada de otra transformación igual o más importante: la cultural.

La tecnología revoluciona… pero no resuelve. La IA es capaz de predecir, seleccionar, automatizar, sugerir… pero no sabe escuchar, empatizar o acompañar. Por eso, cuando hablamos de digitalizar RRHH, no se trata solo de hacer más cosas en menos tiempo (que sí, está muy bien y se agradece). Se trata de preguntarnos qué tipo de cultura queremos reforzar con esa tecnología.

Por ejemplo: Automatizar entrevistas puede hacer el proceso más ágil, pero ¿cómo garantizamos la equidad y la diversidad si no somos conscientes de los sesgos de los algoritmos? ¿Cómo protegemos la confianza si las decisiones de promoción o despido se apoyan únicamente en indicadores cuantitativos, sin contexto humano? Las métricas son solo eso, datos, si no las acompañamos de contexto.

La tecnología puede ayudarnos a tomar mejores decisiones, sí. Pero solo si mantenemos una orientación ética y humanista en el centro. Porque si no, corremos el riesgo de deshumanizar lo que precisamente más necesita cuidado, empatía y criterio: las personas.

Además, la llegada de la IA no solo cambia las herramientas, sino nuestro rol dentro del equipo de RRHH, la misión del propio departamento. Dejamos de ser ejecutores de procesos para convertirnos en curadores de experiencias, arquitectos de culturas y facilitadores de propósito.

La clave ya no es controlar, sino comprender. No es solo medir, sino interpretar. No es solo automatizar, sino liberar tiempo para lo que realmente importa: tener conversaciones de valor, diseñar espacios psicológicamente seguros, acompañar a los equipos de liderazgo, entender lo invisible.

Porque la inteligencia artificial puede detectar patrones, pero la inteligencia emocional detecta necesidades. Y ahí está la gran ventaja diferencial del enfoque humanista: en aportar a la tecnología lo que esta no tiene (ni tendrá): sentido, empatía, mirada sistémica. Como siempre digo: IA (inteligencia artificial) con IE (inteligencia emocional).

Por lo tanto, el área de personas ya no puede limitarse a gestionar procesos. Tiene que liderar conversaciones. Y ahí es donde cultura y tecnología se entrelazan: una cultura saludable es la única plataforma sostenible para que la innovación funcione.

No sirve de nada implantar un sistema de feedback continuo si no existe un entorno donde la gente se sienta segura para hablar. No sirve medir el clima si luego no se conversa sobre él. No sirve identificar competencias futuras si no sabemos cómo acompañar el desarrollo desde el presente.

Y es por eso por lo que la digitalización de RRHH debe ir de la mano de la madurez cultural. La una sin la otra no es transformación: es incoherencia.

Y si RRHH cambia, el liderazgo también debe hacerlo, ya lo está haciendo. La gestión de equipos en esta nueva era no se basa en dar instrucciones y hacerlo de forma autocrática, sino en generar contexto. No se trata de tener todas las respuestas, sino de hacerse las preguntas correctas. No se lidera desde el conocimiento técnico, sino desde la capacidad de inspirar, cuidar y conectar.

Los líderes del futuro (y ya del presente) deben ser también “traductores culturales” en un entorno cada vez más híbrido, complejo y veloz. Necesitan aprender a trabajar con datos… pero sin perder de vista las historias. Necesitan incorporar la tecnología… pero sin perder la humanidad. La clave está en el liderazgo humanista.

Porque el humanismo es y será una ventaja competitiva en un mundo cada vez más tecnológico. En plena era de innovación tecnológica, el humanismo no es una resistencia al cambio, es la única forma de hacerlo bien.
Las organizaciones que entienden esto están apostando por un modelo de gestión del talento más profundo, más conectado con el bienestar, la autonomía, el propósito compartido. Un modelo que integra lo mejor de la tecnología con lo mejor del liderazgo consciente.

Porque al final, la tecnología puede hacer muchas cosas. Pero las empresas que marcan la diferencia no son las que más digitalizan, sino las que más humanizan.

Y sí, todo está cambiando. Pero, precisamente, es el momento de hacerlo mucho mejor. 😊

Patricia Iglesias Río es Chief People & Culture Officer People en Techsoulogy y miembro de la Asociación Española de Directores de Recursos Humanos (AEDRH).

,